Mariana Cruz Vázquez
Una mujer de vanguardia
Madre
Amorosa,
Risueña,
Incansable,
Amiga,
Noble,
Acogedora
Una familia muy humilde residente del pueblo de Corozal se mudó al barrio Río Abajo de Cidra en el año 1917 para trabajar en la caña de
azúcar, el tabaco y otras labores que para ese tiempo se realizaban.
Lugar en donde el Sr. José Cruz y la Sra. Carmen Vázquez tuvieron a su primera hija, Mariana, quien nació el 11 de enero de 1919 en el
pueblo de Cidra, Puerto Rico. Fueron sus hermanas y hermanos Nicolasa, Flor, Antonio y Fidel.
Cuando joven, Mariana padecía de asma, lo que producía que siempre se sintiera muy enferma, pero, al cumplir sus 18 años de edad esta
condición de salud fue desapareciendo.
Tiempo después se casó y dio a luz su hija mayor Rosaura. Al paso de los años se casó por segunda ocasión con el Sr. Rubén Pérez Nieves
con quien procreó a: Minerva, Ana Luisa, Ana Onelia, José (Cheíto), Elio Antonio, Virginia, Awildo, Juan y Norma.
Juntos sacaron adelante a sus hijos con mucho esfuerzos. Mientras don Rubén trabajaba la agricultura, Mariana trabajó en ranchos de
tabaco y lavó ropa ajena en el río para aportar al sustento de su familia y aunque muy humilde, esa crianza fue rica en
valores.
Mariana, una mujer servicial a la que todos conocían por la forma en que ayudaba a los demás y por la entrega con que lo hacía. Era
partera, curaba con sus remedios naturales y santiguaba. Pero sobre todo la oración a Nuestro Padre era su mejor remedio. Fue una mujer comprometida hasta sus últimos días ofreciendo sus servicios al necesitado sin remuneración alguna.
Además de las cualidades que la caracterizaban, Mariana fue una mujer de principios. Enseñó a sus hijos e hijas el respeto a la persona.
El hermano pequeño respetaba al mayor. Cuando uno de sus hijos e hijas encontraba algo tenía que devolverlo, en pocas palabras crío a su familia con sólidos valores cristianos.
En el año 1975 la familia Cruz Vázquez se mudó al barrio Rabanal, en donde cultivó muchas amistades, ayudando al necesitado de alivio
físico y espiritual, ganándose el amor, la admiración y el respeto de la comunidad.
Mariana tuvo una familia grande. Son muchos los nietos, bisnietos y tataranietos y también todas las personas que ella consideraba como
a sus hijos e hijas. Aún estando hospitalizada, nunca se olvidó de ofrecer café y almuerzo a quien la visitaba, según era su costumbre.
En el 1996 nace el maravilloso libro “Sembrando y sanando en Puerto Rico // Tradiciones y visiones para un fututo verde”, escrito por la
etno-botánica María Benedetti.
"En su libro la autora nos invita a ser protagonistas en el desarrollo de la cultura Botánica y Agrícola mediante el conocimiento y la práctica. La escritora se adentra en las vidas de mujeres y hombres que brindaron sus talentos labrando la tierra y sanando mediante el conocimiento de nuestro patrimonio botánico y entre ellos y ellas "Mariana.
Miguel Ángel Delgado Ramos
Nos dice la Autora: “Doña Mariana Cruz Vázquez es una mujer bien conocida y respetada en el Barrio Rabanal, donde reside con tres
hijos adultos no videntes. Su casa está adornada por numerosas plantas bellas y útiles. Con gusto comparte su saber enciclopédico sobre las plantas medicinales. Además, ofrece masajes especiales para aliviar tensiones y espasmos musculares. Antes de ofrecer este tratamiento, conocido a través de América Latina como “sobo de ventosas”, recita una oración que refleja la humildad del ser humano ante una fuerza curativa mucho mayor
Me quedé a dormir en su casa varias veces y ella me hacía sentir como familia siempre. Ella con sus antiguas oraciones memorizadas e improvisadas. La última vez que la vi, pasé unas 3 ó 4 horas en su cama con ella, leyéndole unos cuentos que había redactado sobre una comadrona de sus tiempos y sobre otros eventos en un Puerto Rico rural de los 30. Ella y Norma me "criticaron" los cuentos con mucha autenticidad y amor Familiar".
Mariana partió a la morada santa en el barrio Rabanal de Cidra el miércoles 16 de julio de 2008 a las 4:40 AM. Y nos deja un gran legado.
La queremos y siempre vivirá en nuestros corazones.
Agradecimientos: A la familia Cruz Vázquez por los datos biográficos; A la escritora María Benedetti y Al profesor José Iván González Robles, Ph. D.
Amorosa,
Risueña,
Incansable,
Amiga,
Noble,
Acogedora
Una familia muy humilde residente del pueblo de Corozal se mudó al barrio Río Abajo de Cidra en el año 1917 para trabajar en la caña de
azúcar, el tabaco y otras labores que para ese tiempo se realizaban.
Lugar en donde el Sr. José Cruz y la Sra. Carmen Vázquez tuvieron a su primera hija, Mariana, quien nació el 11 de enero de 1919 en el
pueblo de Cidra, Puerto Rico. Fueron sus hermanas y hermanos Nicolasa, Flor, Antonio y Fidel.
Cuando joven, Mariana padecía de asma, lo que producía que siempre se sintiera muy enferma, pero, al cumplir sus 18 años de edad esta
condición de salud fue desapareciendo.
Tiempo después se casó y dio a luz su hija mayor Rosaura. Al paso de los años se casó por segunda ocasión con el Sr. Rubén Pérez Nieves
con quien procreó a: Minerva, Ana Luisa, Ana Onelia, José (Cheíto), Elio Antonio, Virginia, Awildo, Juan y Norma.
Juntos sacaron adelante a sus hijos con mucho esfuerzos. Mientras don Rubén trabajaba la agricultura, Mariana trabajó en ranchos de
tabaco y lavó ropa ajena en el río para aportar al sustento de su familia y aunque muy humilde, esa crianza fue rica en
valores.
Mariana, una mujer servicial a la que todos conocían por la forma en que ayudaba a los demás y por la entrega con que lo hacía. Era
partera, curaba con sus remedios naturales y santiguaba. Pero sobre todo la oración a Nuestro Padre era su mejor remedio. Fue una mujer comprometida hasta sus últimos días ofreciendo sus servicios al necesitado sin remuneración alguna.
Además de las cualidades que la caracterizaban, Mariana fue una mujer de principios. Enseñó a sus hijos e hijas el respeto a la persona.
El hermano pequeño respetaba al mayor. Cuando uno de sus hijos e hijas encontraba algo tenía que devolverlo, en pocas palabras crío a su familia con sólidos valores cristianos.
En el año 1975 la familia Cruz Vázquez se mudó al barrio Rabanal, en donde cultivó muchas amistades, ayudando al necesitado de alivio
físico y espiritual, ganándose el amor, la admiración y el respeto de la comunidad.
Mariana tuvo una familia grande. Son muchos los nietos, bisnietos y tataranietos y también todas las personas que ella consideraba como
a sus hijos e hijas. Aún estando hospitalizada, nunca se olvidó de ofrecer café y almuerzo a quien la visitaba, según era su costumbre.
En el 1996 nace el maravilloso libro “Sembrando y sanando en Puerto Rico // Tradiciones y visiones para un fututo verde”, escrito por la
etno-botánica María Benedetti.
"En su libro la autora nos invita a ser protagonistas en el desarrollo de la cultura Botánica y Agrícola mediante el conocimiento y la práctica. La escritora se adentra en las vidas de mujeres y hombres que brindaron sus talentos labrando la tierra y sanando mediante el conocimiento de nuestro patrimonio botánico y entre ellos y ellas "Mariana.
Miguel Ángel Delgado Ramos
Nos dice la Autora: “Doña Mariana Cruz Vázquez es una mujer bien conocida y respetada en el Barrio Rabanal, donde reside con tres
hijos adultos no videntes. Su casa está adornada por numerosas plantas bellas y útiles. Con gusto comparte su saber enciclopédico sobre las plantas medicinales. Además, ofrece masajes especiales para aliviar tensiones y espasmos musculares. Antes de ofrecer este tratamiento, conocido a través de América Latina como “sobo de ventosas”, recita una oración que refleja la humildad del ser humano ante una fuerza curativa mucho mayor
Me quedé a dormir en su casa varias veces y ella me hacía sentir como familia siempre. Ella con sus antiguas oraciones memorizadas e improvisadas. La última vez que la vi, pasé unas 3 ó 4 horas en su cama con ella, leyéndole unos cuentos que había redactado sobre una comadrona de sus tiempos y sobre otros eventos en un Puerto Rico rural de los 30. Ella y Norma me "criticaron" los cuentos con mucha autenticidad y amor Familiar".
Mariana partió a la morada santa en el barrio Rabanal de Cidra el miércoles 16 de julio de 2008 a las 4:40 AM. Y nos deja un gran legado.
La queremos y siempre vivirá en nuestros corazones.
Agradecimientos: A la familia Cruz Vázquez por los datos biográficos; A la escritora María Benedetti y Al profesor José Iván González Robles, Ph. D.
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Clemencia Meléndez Santos
Primera Maestra en el barrio Rabanal de Cidra
Clemencia Melendez Santos nació en el pintoresco pueblo de Cidra el 23 de noviembre de 1893. Fueron sus padres don Jacinto Meléndez y doña Rosa Santos. Eran nueve hermanos que vivieron siempre en armonía entre aventuras y juegos infantiles: Jacinto, Rosa, Clemencia, Ceferina, Luis, María, Julio y Ramona. Clemencia pasó su niñez y adolescencia en su pueblo natal, en la atmósfera característica de los pueblos pequeños de nuestra isla, tan familiar y candorosa. Creció en contacto con la naturaleza, lo cual influyó en el desarrollo de su fina sensibilidad. Se preparó como maestra en el Centro de Estudios de Cayey donde se preparaban los profesores de la región.
Clemencia tenía su tez blanca, pelo castaño, finos modales, gusto refinado y una sonrisa leve que reflejaba la sonrisa de su alma. Tenía un profundo sentido religioso y se identificaba con el bien y la belleza. Compartía con la gente humilde de su Barrio Rabanal, y los ayudaba en todo momento. Comenzó a trabajar como maestra el 22 de septiembre de 1913. Atendía el aprendizaje y se encargaba tanto de lo físico como de lo emocional. Se jubiló el día 17 de agosto de 1946. Para ella, este fue un período de profunda satisfacción espiritual.
Fue reconocida siempre como una excelente maestra y dejó profundas huellas en sus discípulos. Estos la buscaban para que fuera la madrina de bautismo de sus hijos e hijas. Un día confesó que tenía tantos ahijados "como cuentas del rosario". Falleció a los 95 años de edad el día 17 de
marzo de 1988. Por ser Clemencia Meléndez Santos, la primera maestra del Barrio Rabanal de Cidra, la comunidad escolar oficializó la escuela con su nombre el 3 de mayo de 1988.
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Semblanza de Clemencia Meléndez Santos
Reconocimiento como Maestra Ejemplar
Por: Isabel Freire Matos
1987
Su escuelita era como una tacita de plata: limpia, ordenada, llena de sonrisas infantiles y de esfuerzos comunes. Era como un santuario donde iban los niños en pos de la verdad. Los padres también acudían a la maestra para orientarse en cuanto al conocimiento de sus hijos y la forma de guiarlos. En el 1928 la escuela fue azotada por una tormenta y ella mandó a construir un enorme salón para albergar a su prole. Aquella nueva escuelita era como de fantasía, rodeada de árboles pomarrosas, guamá y tamarindo. Los pajaritos entraban y salían por las ventas como rayos de luz.
Desde una de las ventanas veíamos el Yunque, atalaya de los dioses indios. ¡Qué bella escuelita rodeada de rosas, jazmines y siemprevivas! Estaba levantada en una loma coronada de sol. Igual que Santa Teresa de Jesús, Clemencia tenía un huerto sembrado por los niños. Bien
valía la pena ir a caballo de la ciudad al campo para disfrutar de la compañía de aquellos niños campesinos, ávidos de sabiduría y amor.
Era Clemencia un amazona. Desde que salía en su manso caballo Alazán, de paso fino pero seguro, hasta que arribaba a su paraíso rural, estaba recibiendo saludos de la gente que tanto la quería. Los padres se sorprendían del silencio nimbado de dulces voces en esa escuelita. Era un silencio con alma. Los niños caminaban, trabajaban, se comunicaban, pero también se silenciaban para escuchar las voces de la naturaleza, el consejo de la maestra o la opinión de un compañero.
Algunos niños iban a descalzos a la escuela, Antes de entrar se lavaban los pies en un cubito y se los secaban con un saco dispuesto para este fin. Así, como en las estampas bíblicas, contribuían a mantener aquel ambiente de paz, de amor y de trabajo gozoso.
Esta es la breve historia de Clemencia Meléndez Santos una cidreña auténtica que hoy reconocemos como MAESTRA EJEMPLAR.
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Descripción de la Primera Escuela del Barrio Rabanal
Por: Sra. Belén Rivera
Edificio construido en madera, techo de zinc (forma dos aguas). Estaba levantada en socos troncos fuertes de árboles, piso y paredes eran en tablas anchas. En la pared al entrar al salón había dos ventanas y unas columnas de madera (dos o tres). En cada columna había un tiesto con una planta de hojas pequeñas color verde que colgaba. En la pared que quedaba a la derecha había dos ventanas y un armario donde se guardaba el material. El armario de madera tenía una sola puerta y encima había un tiesto con una planta. El armario estaba al lado izquierdo de la segunda ventana. Los pupitres eran mesas y banco que formaban dos filas de frente a la pizarra. Las mesas tenían canales individuales para el lápiz de cada estudiante. La pizarra estaba en la pared. La canal de la pizarra era de Bambú. En la esquina izquierda (estando de frente) de la pared de la pizarra descansaba la escoba.
Entre la pizarra y los pupitres estaba el escritorio (mesa y silla) cerca del escritorio había un zafacón. Adornaba el salón con láminas que ilustraban la familia y el campo. Las cerraduras de las puertas y ventanas que cerraban por dentro eran trancas (puertas y ventanas eran
de dos hojas). La escuela no estaba pintada. La puerta para entrar era la del lado izquierdo. Había una meseta que servía de escalera. Al lado de la meseta estaban las dos tinajas y sobre la meseta los paños para secarse los pies luego de habérselos lavado en la tinaja antes de entrar al salón. Al piso le pasaban aceite y siempre estaba brilloso.
De frente a la escuela (al lado izquierdo) a casi un pie de la pared tenía un grupito de palmas (de las abultadas, no altas). Al lado derecho como a cinco pies había un árbol de roble y pegado al tronco tenía unas palmitas. Había árboles de robles en ambos lados formando la entrada de la escuelita y un banco de madera a cada lado. Luego de los árboles eran jardines con variedad de flores donde abundaban las rosas y los canarios.
Al lado derecho del salón tenía otro jardín. Una fila de árboles formaban la verja entre la Catalina y la escuela; y entre los árboles y el salón habían flores. Las letrinas (dos unidades) quedaban al lado izquierdo, pero bastante retiradas del salón. Con una lámina pegada a la puerta identificaba la de las niñas y la de los niños. A la izquierda de las letrinas había dos palmas de collores. En el pasillo frente a el salón cerca de los bancos la maestra solía jugar con los niños juegos infantiles a la hora del recreo. Sobre su escritorio siempre tenía una correa finita de cuero
color marrón, pero no la usaba con frecuencia.
Información suministrados por:
Sra. Luz C. Ortiz Vázquez
Maestra Bibliotecaria
Escuela Clemencia Meléndez Santos
Clemencia tenía su tez blanca, pelo castaño, finos modales, gusto refinado y una sonrisa leve que reflejaba la sonrisa de su alma. Tenía un profundo sentido religioso y se identificaba con el bien y la belleza. Compartía con la gente humilde de su Barrio Rabanal, y los ayudaba en todo momento. Comenzó a trabajar como maestra el 22 de septiembre de 1913. Atendía el aprendizaje y se encargaba tanto de lo físico como de lo emocional. Se jubiló el día 17 de agosto de 1946. Para ella, este fue un período de profunda satisfacción espiritual.
Fue reconocida siempre como una excelente maestra y dejó profundas huellas en sus discípulos. Estos la buscaban para que fuera la madrina de bautismo de sus hijos e hijas. Un día confesó que tenía tantos ahijados "como cuentas del rosario". Falleció a los 95 años de edad el día 17 de
marzo de 1988. Por ser Clemencia Meléndez Santos, la primera maestra del Barrio Rabanal de Cidra, la comunidad escolar oficializó la escuela con su nombre el 3 de mayo de 1988.
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Semblanza de Clemencia Meléndez Santos
Reconocimiento como Maestra Ejemplar
Por: Isabel Freire Matos
1987
Su escuelita era como una tacita de plata: limpia, ordenada, llena de sonrisas infantiles y de esfuerzos comunes. Era como un santuario donde iban los niños en pos de la verdad. Los padres también acudían a la maestra para orientarse en cuanto al conocimiento de sus hijos y la forma de guiarlos. En el 1928 la escuela fue azotada por una tormenta y ella mandó a construir un enorme salón para albergar a su prole. Aquella nueva escuelita era como de fantasía, rodeada de árboles pomarrosas, guamá y tamarindo. Los pajaritos entraban y salían por las ventas como rayos de luz.
Desde una de las ventanas veíamos el Yunque, atalaya de los dioses indios. ¡Qué bella escuelita rodeada de rosas, jazmines y siemprevivas! Estaba levantada en una loma coronada de sol. Igual que Santa Teresa de Jesús, Clemencia tenía un huerto sembrado por los niños. Bien
valía la pena ir a caballo de la ciudad al campo para disfrutar de la compañía de aquellos niños campesinos, ávidos de sabiduría y amor.
Era Clemencia un amazona. Desde que salía en su manso caballo Alazán, de paso fino pero seguro, hasta que arribaba a su paraíso rural, estaba recibiendo saludos de la gente que tanto la quería. Los padres se sorprendían del silencio nimbado de dulces voces en esa escuelita. Era un silencio con alma. Los niños caminaban, trabajaban, se comunicaban, pero también se silenciaban para escuchar las voces de la naturaleza, el consejo de la maestra o la opinión de un compañero.
Algunos niños iban a descalzos a la escuela, Antes de entrar se lavaban los pies en un cubito y se los secaban con un saco dispuesto para este fin. Así, como en las estampas bíblicas, contribuían a mantener aquel ambiente de paz, de amor y de trabajo gozoso.
Esta es la breve historia de Clemencia Meléndez Santos una cidreña auténtica que hoy reconocemos como MAESTRA EJEMPLAR.
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Descripción de la Primera Escuela del Barrio Rabanal
Por: Sra. Belén Rivera
Edificio construido en madera, techo de zinc (forma dos aguas). Estaba levantada en socos troncos fuertes de árboles, piso y paredes eran en tablas anchas. En la pared al entrar al salón había dos ventanas y unas columnas de madera (dos o tres). En cada columna había un tiesto con una planta de hojas pequeñas color verde que colgaba. En la pared que quedaba a la derecha había dos ventanas y un armario donde se guardaba el material. El armario de madera tenía una sola puerta y encima había un tiesto con una planta. El armario estaba al lado izquierdo de la segunda ventana. Los pupitres eran mesas y banco que formaban dos filas de frente a la pizarra. Las mesas tenían canales individuales para el lápiz de cada estudiante. La pizarra estaba en la pared. La canal de la pizarra era de Bambú. En la esquina izquierda (estando de frente) de la pared de la pizarra descansaba la escoba.
Entre la pizarra y los pupitres estaba el escritorio (mesa y silla) cerca del escritorio había un zafacón. Adornaba el salón con láminas que ilustraban la familia y el campo. Las cerraduras de las puertas y ventanas que cerraban por dentro eran trancas (puertas y ventanas eran
de dos hojas). La escuela no estaba pintada. La puerta para entrar era la del lado izquierdo. Había una meseta que servía de escalera. Al lado de la meseta estaban las dos tinajas y sobre la meseta los paños para secarse los pies luego de habérselos lavado en la tinaja antes de entrar al salón. Al piso le pasaban aceite y siempre estaba brilloso.
De frente a la escuela (al lado izquierdo) a casi un pie de la pared tenía un grupito de palmas (de las abultadas, no altas). Al lado derecho como a cinco pies había un árbol de roble y pegado al tronco tenía unas palmitas. Había árboles de robles en ambos lados formando la entrada de la escuelita y un banco de madera a cada lado. Luego de los árboles eran jardines con variedad de flores donde abundaban las rosas y los canarios.
Al lado derecho del salón tenía otro jardín. Una fila de árboles formaban la verja entre la Catalina y la escuela; y entre los árboles y el salón habían flores. Las letrinas (dos unidades) quedaban al lado izquierdo, pero bastante retiradas del salón. Con una lámina pegada a la puerta identificaba la de las niñas y la de los niños. A la izquierda de las letrinas había dos palmas de collores. En el pasillo frente a el salón cerca de los bancos la maestra solía jugar con los niños juegos infantiles a la hora del recreo. Sobre su escritorio siempre tenía una correa finita de cuero
color marrón, pero no la usaba con frecuencia.
Información suministrados por:
Sra. Luz C. Ortiz Vázquez
Maestra Bibliotecaria
Escuela Clemencia Meléndez Santos